viernes, 26 de octubre de 2007

DISTORSIÓN ARMÓNICA




Hay quien dice que la salud no se basa sólo en la ausencia de enfermedad, sino en la armonía de los diversos resortes que hacen que el cuerpo funcione correctamente, a saber: equilibrio entre el físico, la mente y el espíritu. Si por un casual, como en un juego, hacemos una traslación de este concepto al trabajo, podríamos llegar a la conclusión de que la ecuación que asegura un puesto de trabajo mediante contrato, e incluso un sueldo a fin de mes, ya no es suficiente para garantizar una cierta armonía entre lo laboral y lo personal. ¿Serán irreconciliables?

Probablemente hubo un tiempo en que con eso bastaba. Seguro que al terminar una guerra, por ejemplo, aquel típico-tópico de "colocar al hijo en un trabajo fijo de por vida" era sinónimo de una cierta satisfacción garantizada para no pocas familias, amén de orgullo para los colocados. Actualmente este patrón ya no es suficiente. Por ello las empresas próximas a algún criterio de responsabilidad empresarial –si quieren usar la terminología de moda- o a simples criterios de eficiencia y rentabilidad –si nos decantamos por la lógica empresarial de toda la vida- se afanan en buscar hasta debajo de las piedras un elixir de la motivación que, como la poción mágica de Astérix y Obelix, haga acudir cada día al trabajo a los empleados con una cierta energía que revertirá sobre la buena marcha de la empresa: motivados y contentos.

Un buen ejemplo de sabiduría respecto a este tema lo aporta la música, cuando explica que "la inarmonía se determina según la rigidez de la cuerda. Cuanto más rígida está la cuerda, más inarmonicidad habrá". Todo el mundo sabe lo que ocurre cuanto tensas y tensas una cuerda: pues igual le ocurre al cerebro, al cuerpo, a las personas en su conjunto... Pero a pesar de ser vox populi, parece que una nueva paradoja o contradicción contemporánea se empeña en llevarnos hacia un nuevo desastre anunciado. Así, por un lado avanzan toda clase de investigaciones en el terreno empresarial que abundan sobre la efectividad, la eficacia, el liderazgo y el rendimiento personal; el grueso de la tropa deambula desubicado de su casa al trabajo y, una vez allí, rebusca como puede entre todos los recovecos mentales posibles, preguntándose, en el mejor de los casos, cómo demonios ha podido llegar a aguantar semejantes niveles de toxicidad laboral sin haberse dado a la fuga. En el peor de los casos, hace tiempo que ese ser ya se ha convertido en parte del mobiliario o en un mero vegetal de oficina al que no le quedan fuerzas ni para anunciar a los semejantes que habitan en su entorno que hace tiempo que presentó la dimisión interior, en terminología del psicólogo Iñaki Piñuel.

El otro día, charlando con unos amigos, todos comentaban lo encorsetados que se sentían con la vuelta al cole. Pero en la mayoría de los casos, lo que les molestaba no era tanto volver a trabajar, sino el hecho de verse encorsetados en un entorno en el que sienten que apenas pueden desarrollarse o respirar con libertad. Resignadamente, alguien mencionó que simplemente sufríamos por el retorno, por tener que volver a trabajar. Pero un amigo que es bastante avispado y rápido como el rayo, consiguió crear un silencio de esos que sólo logran los ángeles a su paso y en medio minuto nos dejó a todos pensativos, cabizbajos y hociquirromos como en el Congreso de los ratones. Para ello, tan sólo necesitó apuntar que en su caso no era un problema puntual por tener que volver, sino que el salir fuera de su entorno –desconectar- le había servido para darse cuenta de que los problemas que le atenazan cotidianamente no tenían nada que ver ni con las vacaciones, ni con el regreso, sino más con esas frutas congeladas que duran todo el año.

Se puede decir más alto, pero no más claro, concluimos todos tras recuperar el habla. Pueden llamarle síndrome postvacacional, del quemado, burnout o mil nombres técnicos más, pero la realidad es la misma y la describe con maestría el periodista Borja Vilaseca: "El afán de lucro y la vorágine que garantizan las empresas de la novena economía del mundo, paga un alto precio. El bienestar y la salud empeoran. Una tercera parte de los asalariados sufre algún tipo de trastorno psíquico a consecuencia de las condiciones laborales hostiles. La cultura empresarial sigue apostando por la presencia en perjuicio de la eficiencia... Por mucho que se les trate como máquinas, los trabajadores son ante todo seres humanos. Los expertos en management insisten en que la "cultura obsoleta" que impera en el 80% de las empresas españolas, así como el "liderazgo tóxico" de la mayoría de sus jefes, está causando un creciente malestar entre la población activa". Ahora sólo queda decidir si preferimos levantarnos y seguir como autómatas que acuden cada día –como en "El día de la marmota"- al trabajo y recurrir a las happy pills que nos descubre Eva Roy; o deseamos intentar cambiar, aunque sean algunas ínfimas pautas, para lograr una mayor armonía con nosotros mismos. Feliz retorno a la irresistible ascensión del llamado Nuevo Capitalismo. Work up!

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