viernes, 14 de diciembre de 2007

CAIGÁMONOS MAL



En el mensaje de hoy intento explicar -con más o menos éxito- por qué preferiría no caerte demasiado bien.

1. Porque no quiero nada de ti. Si te fijas, tal como está el patio, el que intenta caerte bien es porque pretende sacarte algo. Casi siempre, votos, dinero, o tiempo, y muy a menudo, una peligrosa combinación de los tres. George Carlin decía en uno de sus mejores monólogos que los que buscan aprovecharse de ti, suelen hacer énfasis sólo en lo que nos separa: raza, género, religión, procedencia, nivel económico o social, educación, o nacionalidad. Grandes conceptos, entelequias muy pero que muy alejadas de lo que tenemos en común. De hecho, cuanto más alejadas, mejor. Joseph Goebbels, hoy más vigente que nunca, apostillaba que "si no puedes con las malas noticias, inventa otras más grandes que las distraigan".

2. Porque quiero que tú y yo nos ignoremos tal como somos. Como explican mucho mejor que yo los psicólogos junguianos, existe un perverso efecto autoaniquilador provocado por la educación y todo lo que ésta relega a la sombra de cada individuo. Eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca. Eso no se piensa, eso se piensa, pero no se dice, eso se puede decir, pero sólo si no lo piensas de verdad. Eso es de mala educación. Eso, de mal gusto. Y de eso, de eso mejor no me hagas hablar. Cómo vamos a ser personas sanas y equilibradas si para encajar y ser queridos por nuestros padres, amigos y entorno, hemos tenido que eliminar de nuestro carácter todo aquello que les molestaba. Y si al final decidimos no ignorarnos, eso es que nos valemos mucho la pena, el tiempo y el esfuerzo.

3. Porque necesitamos gente que nos caiga mal. Es un lado oscuro y poco agradable de la naturaleza humana, pero que complementa y redondea la capacidad de amar y querer de una persona adulta y madura. Ni siquiera Jesucristo cayó bien a todo el mundo, imagínate los demás. Es cierto eso de que hay que tener enemigos a la altura del conflicto. Y como conflictos los hay de todos los tamaños, si le echas ganas seguro que yo te encajo en alguno. Además, en un país en el que se ha confundido educación, corrección, civismo y respeto, tienes mucho donde elegir. Desde enemigos muy educados pero nada cívicos, hasta los muy correctos pero con unas faltas de respeto fuera de lo común, e incluso, claro está, los que no son ni educados, ni cívicos, ni respetuosos, ni ná de ná.

4. Porque nos define mucho más lo que negamos que lo que aceptamos. En este país, una de las primeras economías del mundo, autocomplaciente, aburguesada, sofisticada y sumamente homogeneizada, la diferencia está no en lo que compras, sino en lo que decides no comprar. No está en si tienes o no tienes móvil, sino en cuándo decides apagarlo. No está en si tienes o no televisión, sino en cuándo decides encenderla. No está en si tienes coche o no, sino en cuándo decides ir a pie.

5. Porque hoy día, con asociaciones para la defensa de cualquier persona, animal y cosa, cuando dices algo, molestas a alguien. O dicho de otro modo, si cuando hablas nadie se molesta, eso es que no has dicho absolutamente nada.
Al final, como decía mi abuela, no se trata de no tener enemigos, porque eso es tan imposible como tener demasiados amigos. Lo que sí tiene sentido es vivir lo suficiente como para que tus enemigos, algún día, desde su intimidad más inconfesable, no lo puedan evitar y por un momento… se avergüencen de serlo.

Risto Mejide diario ADN

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