sábado, 26 de abril de 2008

LA BUENA MESA

Uno, cuando es joven, la verdad es que se lo come todo con gusto; no hay pan duro. Se puede comer hasta reventar y con un día, máximo dos de reposo, solucionado. Cuando ya se van acumulando primaveras la cosa cambia, con el tiempo se van decantando experiencias gastronómicas y se va asentando un determinado gusto por ciertas comidas, desdeñando las que sabemos que no nos sentarán bien.

Puede que en casa cocinen bien, incluso que un plato o dos salgan inmejorables, pero no se puede ni comparar con esa variedad y riqueza que podemos encontrar por ahí. Se van probando distintas cocinas de distintas regiones, exóticas también ¿Por qué no? A veces determinados platos son demasiado fuertes o más picantes de lo que parecían, y no guardamos buen recuerdo de ellos. Otros se nos atragantan, o en el peor de los casos, cogemos alguna infección por un alimento en mal estado aunque no lo parecía. Es cuestión de ir precavido.

Algunos platos entran por los ojos o por el olor o por la guarnición o por la textura o por la suavidad. A veces de toda una comida lo mejor fue el aperitivo, o quizá el postre, nunca se sabe a priori lo que te vas a encontrar. Un amigo aficionado a los toros me decía que para ver una buena tarde no tenías más remedio que ir toda la temporada, no había que dejarse impresionar por las lidias con diestros conocidos y bregados, no eran garantía de nada. Esto es similar.

En ocasiones, raras, todo hay que decirlo, se produce una mágica combinación de ingredientes ideales y saboreamos la comida perfecta, esa que deja una huella imborrable y su grato recuerdo nos persigue durante años y años. Parece como si a partir de entonces buscásemos repetir la experiencia pero que no acaba de acontecer, es mejor no pedir los mismos platos o cambiar de cocina incluso.

Por supuesto hay excelentes revistas del sector e información por doquier. Las maravillosas instantáneas nos hacen entrar apetito de saborear el plato con ganas. También hay una tremenda variedad de restaurantes, y como no, los hay para todos los bolsillos y gustos. Como en muchas cosas, el precio no siempre guarda relación con la calidad y se puede salir de ellos con la sensación de que le han tomado a uno el pelo y 150 euros por comensal. En otros sitios en cambio, pidiendo lo que haya de menú, podemos salir más que satisfechos por poco dinero. No debemos olvidar que es un negocio y la profesionalidad no siempre la debemos dar por supuesta. Algunos restaurantes pueden poner el acento en la decoración, en el ambiente, en el trato, pero lo fundamental es lo que nos llevamos a la boca y ahí no siempre es lo que se espera.

Yo me declaro ferviente admirador de la comida casera. La espontaneidad, la experimentación, la innovación, las ganas de quedar bien son insustituibles, y aunque no siempre sale todo como se espera, al menos no tenemos constantemente la molesta ansiedad que lo que se nos ofrece es por dinero, o no manifiestamente.

Y en cuanto a los profesionales de la salud, es curioso notar lo muy a menudo que nutricionistas y bromatólogos olvidan que el comer, además de una necesidad, es una experiencia estética.

OSCAR de PcDemano

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