lunes, 26 de mayo de 2008

China agota los recursos naturales de la Tierra

Hace sólo un par de años, los que pronosticaban que el petróleo alcanzaría los 100 dólares por barril eran calificados de alarmistas. Hoy, la respetada Goldman Sachs vaticina que el barril pronto costará 200 dólares, y nadie se lo toma a broma. O sea que es muy probable que el valor real del crudo (corregido el efecto de la inflación) duplique el máximo que alcanzó en anteriores crisis mundiales.

El motivo principal es el protagonismo de las economías emergentes, sobre todo China, en la expansión económica global. Si esos países (también India, Brasil y otras potencias hasta hace poco llamadas tercermundistas) gastaran carburantes al ritmo de los europeos (muy inferior al de EE UU), el consumo mundial crecería un 150%. En cambio, la demanda del gran glotón estadounidense caerá un 1,1% este año y en 2009 será incluso inferior a la de cinco años antes. Por una vez, las potencias industrializadas están haciendo los deberes y mejoran enormemente la eficiencia de su consumo de energía: la intensidad energética del Producto Interior Bruto norteamericano se redujo un 42% entre 1980 y 2007.

En cambio, las superpotencias económicas emergentes necesitan 1,4 millones de barriles más cada año para mantener su ritmo de crecimiento. Esto significa que es preciso que surja una nueva Arabia Saudí cada siete años, algo imposible a todas luces.

Ahora, EE UU cuenta con 250 millones de vehículos y China sólo con 37 millones, pero las ventas de coches a los chinos aumentan a un ritmo anual del 37% y el gigante asiático ya es el segundo mayor mercado automovilístico del mundo. La Agencia Internacional de la Energía (IEA) estima que superará a Estados Unidos en el año 2015, y esa previsión lleva camino de quedarse corta enseguida. Según la IEA, China consumirá en 2030 unos 16,5 millones de barriles al día, de los que tendrá que importar 13,1 millones: más que toda la producción actual de Arabia Saudí.

Pero China no sólo está dispuesta a tragarse las menguantes reservas de crudo del mundo, sino que también está agotando aceleradamente el resto de las materias primas de la Tierra, en su alocada carrera por ponerse a la altura de EE UU. En estos momentos, los chinos constituyen la quinta parte de la población del planeta, pero consumen la mitad de su cemento, la tercera parte de su acero y más de una cuarta parte de su aluminio. China cuenta ya con 7.000 altos hornos (el doble que en 2002) y genera el 37% de toda la producción siderúrgica mundial.

Para mantener semejante voracidad desarrollista, Pekín se ha convertido en un nuevo imperio colonial que se apodera masivamente de los recursos naturales de África y engulle las reservas de petróleo, gas, carbón y metales desde Canadá a Indonesia y de Kazajstán a Australia. Y siempre trata de hacerse con los yacimientos, de comprar las compañías que los explotan o al menos de adquirir la exclusiva de los derechos de exploración.

Las colas de supermercantes que esperan su turno para cargar en el puerto australiano de Newcastle carbón destinado a China han llegado a extenderse 79 buques uno tras otro. Las importaciones chinas de mineral de hierro para la siderurgia están reduciendo a polvo montañas enteras en el centro de Australia.

En torno a Lubumbashi, capital de la región minera de la congoleña Katanga, más de dos docenas de inmensas plantas de fundición de cobre pertenecen a empresarios chinos, apoyados por un Gobierno de Pekín que ofrece a los países en desarrollo hacerles desde cero las grandes infraestructuras que necesitan a cambio de licencias de explotación de los yacimientos para las compañías privadas chinas. Después, los ferrocarriles, puentes, puertos y autovías que han construido ejércitos de ingenieros y obreros chinos servirán para transportar esas mismas materias primas en dirección al milenario Imperio del Centro, hoy transformado en un agujero negro que absorbe todo lo que se encuentra en la periferia.

Sólo hay que buscar los datos del mercado internacional de cualquier mineral importante para descubrir que la demanda china de esa materia prima se ha doblado o triplicado desde el principio de la década. Otro tanto ocurre con los alimentos: la dieta de los 1.330 millones de chinos ya no se limita al arroz con verduras y aves de corral, sino que incluye importantes cantidades de carne... y se necesita muchísimo más grano para alimentar a la gente con productos cárnicos que con cereales.

Este astronómico boom económico chino también está esquilmando sus propios recursos internos y degradando el medio ambiente a marchas forzadas. La lluvia ácida de las térmicas está acabando con las cosechas agrícolas de China y ni siquiera el colosal Río Amarillo es capaz de arrastrar bastante agua como para abastecer a las industrias y cultivos que se expanden a su paso.

Como advertía recientemente The Economist: "China está agotando recursos que no puede importar, como agua y aire limpios".

El planeta Tierra tampoco será capaz de aguantar un nuevo ejercicio de despilfarro faraónico al estilo American way of life y del tamaño de China.

FUENTE: ADN

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