lunes, 11 de agosto de 2008

EL CAMINO DE VUELTA Ana Belén

Parece que no cesan las malas noticias de gente a mi alrededor. Me ha enviado un mail un amigo, del que hace meses que no sabía, que se encuentra mejor, que ya sale a pasear, aunque sigue de baja. Ha tenido, tiene, depresión.

Lo primero que me viene a la cabeza al oír esa palabra es la llorosa cara de una excompañera de trabajo de hace años, que me relataba en privado en mi despacho, que su marido llevaba semanas que no es que no saliera de casa, es que lo que no hacía era siquiera salir de la cama. Poca broma con eso de la depresión.

La empresa donde trabajaba él, sensibles ellos, le exigían que fuera a cobrar el cheque de la nómina en persona, que sabían que podía caminar y que querían verle. De ahí el conflicto que hizo explotar los nervios de mi compañera.

Parece que el tema ya se va aceptando más en la sociedad, todos conocemos a alguien de nuestro alrededor que cae en ese oscuro pozo. De callarse como si fuera algo vergonzoso para que no se le trate como un apestado que puede contagiarnos su mal, a confesarlo más o menos abiertamente se ha evolucionado algo.

Aparte del apoyo químico, vía estimulación de serotoninas, neurotransmisores, y demás arcanos, el apoyo personal se ve que es fundamental. Hace falta paciencia, comprensión y hasta mimo, diría yo. El ir tomando contacto e interés, lentamente, por las cosas cotidianas es de esperar que mejore su estado. Es preferible no desvincularse ni desvincularle de los asideros a este mundo que seguro, los interioriza como pocos.

Desde aquí le deseamos una pronta recuperación y si en el ínterin se endiña algunas costillas a la brasa, mal no le harán, ya tendrá tiempo después de volver a sus proteínas de exclusivo origen vegetal. Ahora toda ayuda es poca.

OSCAR.



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