lunes, 11 de agosto de 2008


¿Por qué existe el sexo? ¿Por qué no somos hermafroditas? ¿Por qué somos monógamos, violentos, celosos o infieles? Responde a estas y otras preguntas el biólogo y filósofo de la ciencia Ambrosio García Leal, autor del polémico ensayo El sexo de las lagartijas

Ambrosio Gacía Leal nació en Barbate (Cádiz) hace 50 años. Ha dedicado media vida a estudiar (es biólogo y doctor en filosofía de la ciencia por la Universidad Autónoma de Barcelona) y otra media a investigar (teoría de la evolución, biotermodinámica, ecología).


Empecemos por la pregunta fundamental que sirve como punto de partida a su nuevo ensayo: ¿Por qué existe el sexo?

Básicamente, porque proporciona una adaptabilidad suplementaria a las especies con tiempos de generación prolongados, lo que les permite ser más independientes de la incertidumbre del entorno. En otras palabras, el sexo proporciona capacidad de anticipación a los cambios impredecibles en el entorno físico y/o biótico.

¿Por qué estamos, como dice usted, «atados» al sexo meiótico, es decir, a la reproducción sexual por fusión de un óvulo y un espermatozoide?

Estamos atados al sexo meiótico no porque no sea evolutivamente factible pasarse a la clonación asexual (como han hecho las lagartijas a las que alude el título del libro) sino porque sin la variación derivada del sexo careceríamos de la adaptabilidad necesaria para vencer la gran inercia evolutiva de las especies cuyos tiempos de generación se miden por décadas en vez de días.

En tu libro se pregunta usted también para qué sirve el sexo, tachándolo de «complicación innecesaria». ¿Cree que la ciencia encontrará algún día alguna forma menos sucia, engorrosa y divertida de reproducción?

No sé si la clonación es menos «sucia» que el sexo, aunque desde luego es menos engorrosa y mucho menos divertida. De hecho, los científicos ya han conseguido clonar con éxito especies de tiempo de generación relativamente corto, como los ratones de laboratorio, así que supongo que es cuestión de tiempo que lo consigan también con especies de ciclo vital más largo, algo que hasta ahora sólo ha tenido un éxito parcial.

¿Sería posible que, si el sexo no fuera tan placentero o si nos cansáramos de él por pura saturación, la naturaleza nos provocaría una mutación para que acabáramos reproduciéndonos de otra forma, por clonación natural tal vez, como los microbios unicelulares?

Creo que para la selección natural sería más fácil producir mutantes incapaces de aburrirse del sexo. Es más, creo que ya lo ha hecho: por la misma razón por la que los individuos inapetentes hace tiempo que murieron de hambre, los que no encontraban divertido el sexo no han perpetuado su estirpe.

¿Por qué los seres humanos no somos hermafroditas, como los caracoles?

En pocas palabras, la diferenciación de las especies sexuales en machos y hembras es una manera de prevenir que un progenitor hermafrodita estafe al otro dándole menos óvulos de los que le tocarían, para invertir el capital ahorrado en espermatozoides que, al ser más baratos, puede producir en mayor cantidad para repartirlos entre más parejas sexuales. Los especialistas en producir espermatozoides (machos) y los especialistas en producir óvulos (hembras) no pueden estafarse mutuamente y están obligados a entenderse.

Si la Naturaleza se viera obligada a elimimar un sexo, ¿cuál cree usted que sería más prescindible en términos evolutivos, el masculino o el femenino?

La respuesta es fácil: el masculino. Nada impide la existencia de hembras partenogenéticas capaces de engendrar descendencia sin ser fecundadas por un macho. De hecho, las lagartijas a las que alude el título del libro han prescindido de los machos.

Llama la atención la curiosa forma que tienen de aparearse las lagartijas y también la de las chinches acuáticas. ¿Podría explicarnos cada caso brevemente?

Lo curioso de las lagartijas de las que hablo es que, aun tratándose de hembras partenogenéticas que no necesitan del sexo para reproducirse, siguen manteniendo relaciones «lésbicas» que simulan la cópula heterosexual. En cuanto a las chinches acuáticas que patinan en la superficie de los estanques, lo que tienen de particular es que han convertido los intentos de «violación» en una forma de cortejo.

Desde el punto de vista humano, ¿cuál sería el ser terrestre que tiene una forma más disparatada de procrear?

La naturaleza es pródiga en extravagancias, así que es difícil elegir una. Por citar un caso chocante para nosotros, en el caballito de mar se da una inversión de roles sexuales tan completa que la hembra tiene un seudopene con el que «penetra» al macho para inyectar sus huevos en una bolsa ventral, donde son fecundados e incubados dentro del cuerpo del padre hasta que, al cabo de tres semanas de «embarazo» masculino, nacen los alevines.

¿Qué es eso de que existe un sexo progresista y otro conservador?

El sexo meiótico es conservador en el sentido de que, aunque los genotipos de los progenitores no se heredan tal cual, sino que se confunden en la descendencia, se conserva la identidad genómica. Por eso, aunque nuestras identidades genotípicas no se perpetúan, nuestros hijos siguen siendo seres humanos como nosotros y no chimpancés o lagartijas. En cambio, el sexo bacteriano no siempre es conservador en el mismo sentido, de manera que un individuo puede emerger del acto sexual convertido en una nueva «especie».

El hecho de que el ser humano tenga tendencia natural a la monogamia y también a la infidelidad, plantea muchas cuestiones. ¿A quién beneficia la monogamia y a quién la infidelidad? ¿Por qué la infidelidad masculina no perjudica a la hembra, pero la femenina sí perjudica al macho? ¿Cuál es el precio darwiniano de los "cuernos" y de los celos?

La monogamia y la infidelidad benefician a machos y hembras por igual. La monogamia evoluciona cuando el pago de una parte del coste de la crianza por el padre es una ventaja decisiva frente a las «madres solteras». Pero tiene costes para ambos sexos: para los machos, porque les impide repartir su capital reproductivo entre cuantas más hembras mejor, y para las hembras, porque no tienen acceso libre a los mejores genes masculinos (los machos monógamos se vuelven tan selectivos como las hembras a la hora de elegir pareja). De ahí que los machos monógamos intenten seducir a las parejas de sus vecinos para dejar más descendencia a coste cero, y las hembras monógamas se dejen seducir por los galanes de mejor calidad genética que su pareja. La diferencia es que los machos buscan amantes ocasionales y las hembras buscan amantes excepcionales. Pero la diferencia más fundamental es que la infidelidad femenina es una estafa darwiniana en toda regla, porque si la hembra queda preñada de otro macho el engañado trabajará para criar hijos que no portan sus genes, mientras que, por mucho que un macho se dedique a seducir a otras hembras, nunca hará que su pareja engendre hijos de una rival. Es en este sentido estrictamente reproductivo en el que se puede decir que la infidelidad masculina no perjudica los intereses femeninos. Por eso los celos masculinos son fáciles de explicar, mientras que la justificación darwiniana de los celos femeninos no es tan obvia.

En su libro desarrolla usted teorías sobre la «asimetría de los sexos» pero, sin embargo, cree que la evolución nos lleva (de forma totalmente apolítica y amoral) hacia una igualdad sexual. ¿Por qué y para qué?

La igualdad sexual no necesita justificación. Simplemente, es el punto de partida evolutivo. Los especialistas en producir óvulos (hembras) y los especialistas en producir espermatozoides (machos) no tienen por qué diferenciarse en ningún otro aspecto aparte de sus gónadas. Es la diferencia la que requiere explicación y no debe darse por sentada. Por eso no creo en la existencia de diferencias sexuales innatas en cosas como la aptitud matemática o verbal, a menos que la selección natural tuviera un buen motivo para favorecer diferencias psicológicas de este estilo entre varones y mujeres, y a mí no se me ocurre ninguno.

Otro tema que analiza vd. en sus ensayos es el de la violencia sexual. ¿Qué papel juegan la violencia en la vida y la evolución de nuestra especie? ¿Son estrictamente necesarios o terminarán por desaparecer este tipo de conductas sexuales?

La tesis que defiendo en mis dos libros es que la violencia sexual lesiva (y recalco lo de lesiva, porque las conductas de cortejo de algunas especies incluyen elementos «sadomasoquistas» no lesivos) del tipo que sea no puede atribuirse a ningún «bajo instinto» favorecido por la selección natural. La violencia sexual humana es un producto de la evolución cultural y no un resultado necesario de la evolución darwiniana, así que su erradicación depende más de un cambio de mentalidad que de la represión de instintos naturales.

Para terminar, ¿está usted trabajando ya en un nuevo ensayo? ¿Qué cuestiones abordará en el mismo?

Todavía no, aunque puedo adelantar que no tratará del sexo, sino de la evolución de la complejidad y la inteligencia.

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