miércoles, 22 de octubre de 2008

LA VARITA MÁGICA


JOAN BARRIL

Cosas que se pueden hacer con el teléfono móvil cuando no hablamos por teléfono. Usarlo de pisapapeles. Colocarlo encima de la mesa junto a los cubiertos de pescado. Entretenerse en el silencio de un café tranquilo buscando el tono que más nos guste. Jugar a cualquier juego y perder. Escribir mensajes con el menor número de letras posibles hasta hacerlos ininteligibles. Olvidarlo en un taxi y conseguir que nos lo devuelvan. Reflexionar sobre quiénes somos y admitir que toda nuestra vida está metida en la memoria del teléfono. Reconocer que nuestro grado de soledad se mide por el número de veces que respondemos a la llamada de un "Número privado". Sentir una vibración en algún lugar de nuestro cuerpo y pensar que el móvil nos está matando poco a poco. Llevarlo en una funda colgada de un cinturón, como si la integridad del mundo dependiera de estar localizables. Hacer que nos llamen en el transcurso de una comida para dos solo para desconectarlo y dar la impresión a nuestro interlocutor de que nada nos importa tanto como él. Mandar fotografías de lugares insólitos solo para generar envidia y gasto. Cambiar de móvil cada pocos meses y así tener un motivo para cantar sus excelencias. Depositar nuestra vanidad en el móvil nuevo porque más vale que la vanidad esté en un objeto que en el sujeto. Preguntarle a la pantalla del móvil si somos los más guapos de la ciudad. Si en aquel momento aparece en la pantalla el número de la persona amada, es señal de que efectivamente somos los más guapos de la ciudad. Sostener el móvil con una mano extendida y preguntarse a la manera de Hamlet: "Llamar o no llamar. Esa es la cuestión". Cada semana pasar cuentas y comparar las llamadas perdidas con las respuestas ganadas. Dejar el teléfono solo con un bip de aviso y que alguien nos lo esconda por la casa. Llamarnos una y otra vez y buscar ese único bip en silencio como cazadores de suspiros. Desmontarlo con mucho cuidado hasta encontrar a los duendecillos que nos traducen las ondas en palabras conocidas. En el momento del despegue y del aterrizaje, simular que hablamos con alguien, cuando en realidad tenemos el móvil desconectado.

Abandonar el teléfono en el banco de una iglesia en plena boda. Cuando el oficiante pregunte si entre los asistentes hay alguna persona que tiene motivos para oponerse al matrimonio que se va a celebrar, hacer que un timbre agorero rompa el silencio de la liturgia.
Todo eso y mucho más puede hacerse con un teléfono sin necesidad de hablar por teléfono. Pero últimamente las cosas son mucho más simples. Se trata de esperarse toda la noche ante una tienda para poder comprar un teléfono que no llega a la hora. Se trata de lucir el prodigio tecnológico como una varita mágica. No se trata de hablar por teléfono. De lo que se trata es de que el teléfono hable de nosotros.
En los albores de la telefonía, la gente se preguntaba: "¿Cómo estás?". Después pasamos a preguntar: "¿Dónde estás?". De ahora en adelante ya no preguntaremos por el hablante, sino por la máquina. La voz humana será solo un pretexto y los argumentos, los cariños, las llamadas de amor o el timbre del odio quedarán matizadas por la herramienta universal que en unos pocos años ha juntado a pobres y a ricos. Por eso vale la pena por lo visto hacer horas de cola ante una tienda. Lo estaban esperando. Ahora que ya está al alcance, la industria se pone a pensar para crearnos nuevas y tramposas necesidades.

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