jueves, 11 de junio de 2009

BIBLIOFOBOS

JOAN BARRIL

Por lo visto, ese sabio del mamporro llamado Arnold Schwarzenegger, gobernador electo del estado de California por el partido republicano, ha decidido que los libros desaparezcan de las escuelas. Schwarzenegger fundamenta su decisión en el presupuesto: lo de los libros es caro y, además, dice, con el soporte digital por internet los alumnos californianos conseguirán una mejor formación.
Lejos de esta humilde pluma poner en duda las innumerables ventajas de los sistemas digitales. Unas ventajas que incluso llegan a multiplicar el error. La información no es lo mismo que el conocimiento. La información es la capacidad de aprender muchos datos en poco tiempo. El conocimiento consiste en hacer pasar esa información por el cedazo de nuestra experiencia, de la socialización, del debate y de la duda mutua.
La latría debida a la tecnología nos está desviando de ese tipo de aprendizajes. Tener acceso a demasiadas cosas a veces comporta la incapacidad de comprenderlas.
Pero esa es la tendencia. No solo Schwarzenegger, sino también Rodríguez Zapatero prometió que todos los alumnos españoles contarían con un ordenador portátil en breve.
Afortunadamente para nosotros, lo que suele prometer Zapatero no se acaba de cumplir jamás. De tal manera que, probablemente, los libros tradicionales continuarán siendo una bonita herramienta de la transmisión del saber, de la historia y de la belleza.
Sin embargo, ahí está una curiosa obsesión: la sustitución del libro por la pantalla. La tecnología es tan invasiva que solo acepta relaciones de sustitución. Quítate tú que me pongo yo. En las ciudades comparten espacio bicicletas y autobuses. La tierra fructifica con la azada o con el tractor. Pero el uso del e-mail ha desplazado al número de teléfono. Y ahora se entiende el ordenador portátil no como un complemento del libro, sino como su definitivo enterrador.
Hace muchos años, un grupo llamado The Buggles cantó aquello de Video kills the radio star, o sea, que el vídeo debía asesinar a la estrella de la radio. Se acabaron los vídeos y los vídeo clubs, pero las estrellas de la radio continúan en nuevos firmamentos. Cuidado, pues, con las tecnologías de sustitución que no prevean el armisticio con los soportes de toda la vida.
Son tan obvios los méritos del libro, que no hace falta recordarlos. Pero el libro es irrompible. El libro es el mismo libro para todos. El libro no comporta más fascinación que su contenido. El libro tiene un autor conocido y una editorial que da la cara. El libro no es anónimo. El libro se reedita. El libro se presta, se subraya, se conserva y se consulta sin necesidad de fluido eléctrico.
Solo es un libro, es cierto. Pero a los adalides de la tecnología supuestamente formativa habríamos de preguntarles cuál ha sido el pecado del libro para que ahora se le quiera apartar de las aulas.
Una de las características de todas las religiones universales consiste en su voluntad de asimilación en nombre de la verdad y de marginar a los idólatras del error. Así ha sido en la cristiandad o el islam. Hoy, la verdad, no es otra cosa que la religión de una tecnología tan potente como frágil.
La falsedad de una pantalla se multiplica en pocos segundos de forma acrítica por todo el mundo. La verdad libresca, en cambio, exige al menos otro libro para rebatirla. Con la pantalla, sabemos. Con el libro, aprendemos a saber.

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