jueves, 25 de junio de 2009

REBELIONES DE ALCOBA

JOAN BARRIL

En la segunda semana de julio está prevista la reunión de los líderes del G-8 en la ciudad italiana de L’Aquila, un lugar que fue afectado por el terremoto del pasado 6 de abril. Un total de 289 personas murieron y 50.000 aquilanos se quedaron sin su vivienda. El primer ministro Silvio Berlusconi, en una de sus peculiares muestras de ingenio, intentó insuflar moral a los perjudicados que se refugiaron en campamentos improvisados, diciendo que lo que les sucedía solo era un cámping de fin de semana.
La incontinencia verbal del mandatario italiano no se ha cebado únicamente en los que habían visto cómo su casa se venía abajo. Son muchas las ocurrencias con las que Berlusconi ha expresado su tácita opinión sobre los negros, las mujeres, los inmigrantes y, naturalmente, sobre sus opositores. Pero no se trata de intentar limitar la enorme autoestima que el personaje genera cada día que se mira al espejo. Al fin y al cabo, incluso cuando las leyes han intentado perseguirle por los millonarios tejemanejes de sus empresas y la colisión de intereses entre lo público y lo privado, Berlusconi lo ha tenido claro. Si el imperio de la ley le perseguía, se cambia la ley y se acabó el problema.
Pero se acerca el G-8, como decíamos, formado por los presidentes o primeros ministros de Canadá, Francia, Italia, Alemania, Japón, Estados Unidos, el Reino Unido y Rusia. Llegarán esos mandatarios con sus esposas y hablarán de la crisis y de cómo salir de ella. Probablemente se harán fotografías y ahí estará el jovial Berlusconi para animar el encuentro con sus muecas y salidas de tono. No en vano jugará en campo propio.
Pero resulta que un conjunto de académicas e intelectuales italianas se han dirigido a las llamadas «primeras damas» de los países asistentes para pedirles que no acudan, ni siquiera como acompañantes, a la reunión del G-8. ¿El motivo? Poner en evidencia a Berlusconi en el trato público y privado hacia la mujer. Sin duda, lo que han hecho esas dignísimas señoras es traspasar el problema a los hogares de los asistentes. De entrada, las mujeres llamadas a la rebelión son solo 6, en tanto que Angela Merkel acude como cancillera del Gobierno alemán y que la esposa del propio Berlusconi se encuentra en trámites de divorcio con su promiscuo marido.
Cabe imaginarse en estos momentos el debate de alcoba que están manteniendo Gordon Brown y su mujer o lo que se deben estar diciendo Sarkozy y Carla Bruni, italiana al fin y al cabo y con un pasado libérrimo. Michelle Obama no se prodiga en este tipo de fastos, pero podría acudir a la cita de Berlusconi solo para preguntarle su opinión sobre las mujeres «bronceadas».
Una famosa jota de zarzuela dice: «Si las mujeres mandasen, serían balsas de aceite los pueblos y las naciones». La condición femenina no garantiza necesariamente la paz ni la armonía una vez en el poder, pero al menos ayuda a equilibrar el respeto mutuo entre las personas. Esas vísperas del G-8 podrían ser leídas desde la perspectiva del comediógrafo ateniense Aristófanes, quien en su famosa obra Lisístrata dice que las mujeres de los gobernantes, deseosas de la paz con Esparta, amenazan a sus maridos con no mantener relaciones conyugales con ellos hasta que la paz se firme.
Esas primeras damas tienen ahora la oportunidad de salir del florero y avergonzar con su ausencia a ese autócrata trasnochado. Ejercer de primera dama no es estar, sino también demostrar.

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