miércoles, 14 de julio de 2010

El aumento de padres que apoyan a sus hijos aunque se porten mal alarma a la escuela



La intromisión de los padres llega ahora al bachillerato e incluso a la universidad

MAITE GUTIÉRREZ |
"Su hija ha llamado gilipollas a un compañero de clase y la sancionaremos por ello", comunicó en una ocasión Montserrat Rius, profesora de secundaria en un instituto de Osona, al padre de una alumna. La respuesta del progenitor no se hizo esperar: "Mi hija no insulta, es imposible que haya dicho eso". Cada vez son más los padres que, ante una situación de conflicto, toman partido por el niño, constatan docentes de todas las etapas educativas. Estudiantes que, a ojos de sus padres, nunca dicen una palabra más alta que otra, que no merecen ser castigados o que requieren una ayudita del profesor para subir nota afloran como una nueva especie en las aulas. Y fuera de ellas son coherentes con su actitud. Muchos profesores temen que la fe ciega que profesa un grupo creciente de padres por sus vástagos acabe creando adultos incapaces de asumir las consecuencias de sus actos. "Sobreprotegiéndolos no les ayudamos a madurar", dice Pere Ciudad, que ha sido profesor de filosofía en secundaria y director de instituto en Barcelona.

MÁS IMPORTANCIA A LAS AMPAS

Compromiso paterno y del centro
La carta de compromiso educativo que a partir del curso que viene tendrán que firmar los padres de alumnos se ve como una buena oportunidad para fomentar la implicación de las familias con la escuela. "Si se aprovecha, invitará a la reflexión a muchos padres sobre cuál es su papel en el colegio o el instituto, si no, será un simple trámite burocrático", opina Pere Farriol, presidente de Fapaes, la federación de asociación de madres y padres de alumnos públicas de secundaria. En la carta de compromiso educativo el centro explicará su proyecto educativo, sus ideales y forma de trabajar. Los padres deberán comprometerse a colaborar con ellos y el centro, a respetar sus principios.
En los centros en los que las ampas son más activas y los padres participan más, los resultados escolares y el clima general mejoran, como ya se ha demostrado muchas veces. "Para que esto funcione tanto padres como profesores deben poner de su parte; nosotros debemos entender que los docentes son los profesionales, y ellos que no nos vean como un elemento extraño que viene a fiscalizar su trabajo", añade. La experiencia en muchos colegios e institutos indica que cuando las relaciones no son buenas "es porque apenas hay contacto entre padres y profesores, porque no se han interesado por conocerse", insiste Farriol. Àlex Castillo, miembro del ampa del colegio público Collaso y Gil de Barcelona y vicepresidente de Fapac (federación de ampas de la primaria pública), explica que la implicación de los padres se limita, en la mayoría de casos, a hacer de subsidiarios del centro. "Los profesores están dispuestos a que organicemos la reutilización de libros, el comedor o los casals, pero es difícil que sean receptivos cuando quieres hacer una aportación que va más allá", dice. Ambos creen que el reto está, sobre todo, en la secundaria. Es en esta etapa donde los padres participan menos –a los hijos tampoco les hace mucha gracia ver a sus padres paseando por el instituto–, donde los alumnos afrontan más cambios y donde los docentes necesitan más ayuda. Para Farriol son los propios institutos los que deberían dinamizar las ampas.

Precisamente cuando Ciudad dirigía un centro de secundaria se encontró con un caso de este tipo. Un alumno, hijo de una profesora de otro instituto, trapicheaba con marihuana en el centro. "Informamos a su madre y no se lo creía, decía que eso era imposible, que su hijo nunca haría algo así. Al final tuvimos que expulsar al alumno", explica. Rius expuso hace unos días en la sección de Cartas de los lectores de La Vanguardia un caso real que, a su juicio, ilustra a la perfección lo que a menudo ocurre en clase: una alumna de ESO graba con su móvil a una docente y lo cuelga en Facebook para que sus compañeros se mofen de ella. Cuando descubren a la alumna, los profesores quieren sancionarla durante dos semanas y los padres insisten para que el castigo se rebaje a la mitad. "¿Qué mensaje estamos dando a los chicos si, cuando hacen algo mal, los padres tratan de salvarlos como sea?", se pregunta esta docente, con más de 20 años de experiencia. "A los profesores nos restan autoridad y a sus hijos los convierten en personas menos responsables", apostilla Rius.

Nunca antes como ahora los padres habían estado tan presentes en las aulas. Su implicación en la educación de los hijos es fundamental, se repite una y otra vez. Pero, ¿y si la implicación se torna intromisión? "Es una frontera muy fina, difícil de medir", admite Belén Cid, docente en un instituto de Toledo. Esta profesora de lengua y literatura castellana, además de madre de adolescentes, insiste en que muchos padres "colaboran, se preocupan por la educación de sus hijos y ayudan a los profesores". Pero lamenta que el grupo de padres sobreprotectores vaya en aumento. "Nuestra profesión está un poco denostada y los padres no confían en nosotros como antes", dice Cid. Recuerda una situación en la que castigó a una alumna de segundo de ESO porque hablaba mucho en clase. "Me llamó su madre para decirme que su hija aseguraba que no había hablado, ¿y si no me cree, qué más quiere que le diga?, contesté a la madre; te quedas sin recursos". añade esta profesora.

"Si les castigas sin recreo hay padres que te recriminan que entonces el niño no se puede comer el bocadillo; otros te dicen que ni hablar de castigarlos a partir de las 17 horas porque tienen actividades extraescolares... y lo peor de todo es no contar con el apoyo de la dirección del centro, sin esto estás perdido", afirma Rius, que también valora la buena predisposición de muchos otros padres de alumnos. El punto máximo y más desagradable de este apoyo incondicional al hijo son los casos de agresiones físicas de padres a profesores, situaciones que por suerte son aisladas.

La influencia de los progenitores traspasa ya la educación obligatoria. Sus tentáculos han llegado hasta el bachillerato y la universidad. Ciudad, que gestiona el teléfono de apoyo al profesor del sindicato ANPE, afirma que aumentan las llamadas de docentes denunciando presiones de padres para que suban la nota media de sus hijos en el bachillerato. "Siempre cumplen el mismo perfil: padres con un nivel sociocultural medio-alto que tratan de influir en las calificaciones que pone el profesor, incluso a veces en el temario", explica Ciudad. En lugar de insistir al chico para que estudie más, piden al profesor que suba esas décimas que faltan para asegurar la entrada en tal o cual carrera. "Esta actitud no es nada educativa, los chicos necesitan aprender que no siempre van a tener a sus padres como escudos, que para solucionar sus problemas han de esforzarse por sí mismos", reflexiona Ciudad. Cid afirma que prácticamente cada curso algún padre reclama las notas de su hijo en bachillerato. "La inspección muchas veces se pone de parte de los padres, hace poco a un profesor le obligaron a levantar acta y cambiar la nota de una alumna para que aprobara el bachillerato", explica Cid.

En la universidad ha empezado a verse una imagen que hace una década era impensable: padres que acompañan a sus hijos a matricularse. Y a las jornadas de puertas abiertas que organizan las universidades cada vez acuden más progenitores para enterarse bien de lo que ofrece la futura facultad de su niño. Además son los que preguntan con mayor insistencia, tal como confirman los organizadores de estas jornadas. La afluencia de padres a estos actos ha obligado a varias universidades a crear jornadas de puertas abiertas sólo para ellos. "Pronto nos encontraremos con un padre que venga a reclamar la nota de su hijo", bromeaba el lunes un catedrático de la UAB.

"Los padres se han convertido en equívocos abogados de sus hijos", dice el psicólogo y primer Defensor del Menor, Javier Urra. "Les dedicamos menos tiempo del que querríamos por el trabajo y pensamos que defendiéndoles incondicionalmente demostramos nuestro amor, que sancionarles es traumático", sigue. Estas vacaciones escolares Urra recomienda a los padres pensar sobre ello.

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