sábado, 23 de octubre de 2010

La biodiversidad mundial, en juego


Es preciso un plan estratégico creíble para detener la pérdida de especies animales y vegetales

 
La pérdida de la biodiversidad, y la consiguiente disminución de la capacidad que tiene la naturaleza de abastecernos de servicios como agua limpia, aire fresco, regulación climática y suelos sanos, es un problema al que todavía se presta muy poca atención. Las cifras asustan: el número de especies de vertebrados disminuyó en casi un tercio entre 1970 y 2006, y de los últimos informes de la ONU se desprende que casi un cuarto de todas las especies vegetales están amenazadas de extinción.
Hace una década, 192 países alcanzaron un compromiso para frenar la pérdida de la biodiversidad en el mundo antes de 2010. Ese compromiso no se ha hecho realidad, y el problema sigue siendo un punto ciego colectivo en la conciencia mundial. Antes que nada, en Nagoya debe garantizarse que el mundo finalmente reconozca la importancia de la cuestión, y deben sentarse las bases de una futura acción real.
Hace una década, Europa se fijó un objetivo incluso más firme, con el compromiso ambicioso de detener completamente la pérdida de la biodiversidad. Nuestro objetivo tampoco se hizo realidad, pero hemos aprendido mucho por el camino.
Esa es la experiencia que llevaremos a la negociación en Nagoya, porque se han hecho muchos progresos: cerca de 18% del territorio de la Unión Europea está cubierto ahora por nuestra red Natura 2000 de zonas de protección de la naturaleza, que sigue creciendo. Nuestra legislación medioambiental es de las más fuertes, y protegemos la biodiversidad con normas muy rigurosas en materia de agua, aire, suelo y mares.
A medida que se acerca la conferencia, casi todas las partes están de acuerdo en lo que debe lograrse. El éxito dependerá de tres factores.
En primer lugar, por supuesto, un objetivo que el mundo realmente necesita. Todos sabemos que los índices de pérdida de la biodiversidad son insostenibles: la lógica nos dicta que hemos de aspirar a detener esta pérdida. Pero no bastará con un objetivo global ambicioso; también necesitamos un plan estratégico creíble sobre cómo alcanzarlo.
En este punto, la UE intenta predicar con el ejemplo. Al fijarse una meta en materia de biodiversidad para el 2020, la Unión Europea intensifica su acción para preservar la biodiversidad y garantizar su uso sostenible. Ahora no solo estamos comprometidos con detener la pérdida de la biodiversidad en la UE, sino también con restaurar los ecosistemas donde sea posible.
En segundo lugar, la biodiversidad se beneficiará de un régimen internacional efectivo que asegure el acceso equitativo a los beneficios de los recursos genéticos. Un acuerdo de tal envergadura solo será efectivo si ofrece claridad, transparencia y seguridad jurídica para todas las partes, las que proporcionan y las que utilizan recursos genéticos y demás información. Si se encuentra una solución justa que genere más financiación para conservar la biodiversidad y utilizarla de modo sostenible, y que al mismo tiempo ofrezca a los investigadores en todo el mundo la seguridad que necesitan para proseguir su trabajo que, en definitiva, beneficiará a todos los pueblos.
Y en tercer lugar, todas las partes han de llegar con un planteamiento realista y constructivo. Hemos de mirar al futuro sabiendo que dispondremos de suficientes recursos científicos, humanos y financieros para aplicar los compromisos que se alcancen.
También en este terreno hacemos lo que podemos. Los fondos que la UE destina a la biodiversidad en el mundo son muy considerables: entre el 2002 y el 2008 proporcionamos cada año más de 1.000 millones de dólares. Los estados miembros de la UE acaban de hacer una contribución significativa al Fondo Mundial para el Medio Ambiente.
Espero que Nagoya tenga éxito en estas tres vertientes, y puedo garantizar que la UE hará todo lo que pueda para favorecerlo.
No olvidemos el contexto. Está claro que los ecosistemas, que nos son vitales, están disminuyendo. Nuestra tarea consiste en aumentar la conciencia sobre lo que sucederá si esa disminución se hace irreversible. El estudio pionero The Economics of Ecosystems and Biodiversity (TEEB) (Aspectos económicos de los ecosistemas y la biodiversidad), que hemos cofinanciado junto con Alemania y otros socios, ha demostrado la importancia de poner un precio a los servicios que ofrece la naturaleza. Pero si estos servicios siguen disminuyendo, ¿quién calculará el coste definitivo de perderlos para siempre? ¿Quién querría tener que contar el coste de una disminución, no solo de los propios servicios, sino también de la calidad de vida que una vez entrañaron?

Comisario europeo de Medio Ambiente.

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