viernes, 15 de octubre de 2010

La herencia del 'president' asesinado

Setenta aniversario del fusilamiento de Lluís Companys

Aún hoy es una referencia por su defensa de la paz y de la vida más allá de las ideologías


 
Antoni Segura Catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat de Barcelona
  Apenas amanecía. Barcelona aún dormía cuando, hoy hace 70 años, el president de la Generalitat, Lluís Companys i Jover, era fusilado en el Fossar de Santa Eulàlia del castillo de Montjuïc. Se convertía así en el único presidente de un país democrático asesinado por el fascismo, pero entonces casi nadie se enteró.

Abogado y periodista, republicano y autonomista, siguió el trágico destino de sus amigos de la infancia Francesc Layret y Salvador Seguí, el Noi del Sucre, e hizo de puente entre las clases populares y el catalanismo. Fue militante de la Unión Republicana, después Unió Federal Nacionalista Republicana, del Partit Reformista, del Bloc Republicà Autonomista y, finalmente, del Partit Republicà Català. En 1917 fue elegido concejal del distrito quinto de Barcelona, el Raval, un barrio obrero que casaba muy bien con sus inquietudes sociales. Durante la huelga de La Canadiense destacó por su enconada defensa de los obreros y en noviembre de 1920 fue detenido hasta que obtuvo el acta de diputado por Sabadell. Participó en la fundación de la Unió de Rabassaires y fue director de La Terra. También dirigió La Barricada, La LuchaLa Humanitat, y colaboró en La Publicidad y El Diluvio. y, más tarde,
EN marzo de 1931 participó en la fundación de Esquerra Republicana de Catalunya, donde la presencia de dirigentes como Companys, con estrechos vínculos con el mundo sindical y campesino, fue fundamental para decantar el voto popular hacia la nueva formación política en las elecciones del 12 de febrero de 1931. El día 14, proclamaba desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona la República. Pero, poco después, Francesc Macià, «interpretando el sentimiento y los anhelos del pueblo que nos acaba de dar su sufragio», proclamaba la República Catalana como Estado integrante de la Federación ibérica. Aquellos días Barcelona no sufrió la quema de edificios religiosos que conocieron otras ciudades. Companys era el nuevo gobernador civil.
Fue diputado en las Cortes constituyentes y ejerció en Madrid como jefe de la minoría catalana, destacando en la defensa de los obreros y de los campesinos y jugando un papel decisivo en la aprobación del Estatut de Catalunya. A partir de entonces, su catalanismo estaba fuera de dudas y su figura no hizo más que crecer. Presidente del Parlament de Catalunya, fugaz paso por el Ministerio de Marina y, finalmente, president de la Generalitat a la muerte de Macià el día de Navidad de 1933. La aprobación en Catalunya de la llei de contractes de conreu, recurrida por la Lliga y por el Gobierno, provocó el primer choque institucional entre los dos gobiernos. No fue el último, ya que Companys consideró la entrada de ministros de la CEDA en el Gobierno de Lerroux como un ataque a la República. En respuesta, el 6 de octubre de 1934 proclamó el Estado catalán dentro de una República Federal Española. Fracasó al no contar con el apoyo de la CNT y fue encarcelado con el resto del Gobierno. Fue indultado con la victoria del Frente Popular.
Al estallar la guerra civil, la Generalitat tuvo que compartir el poder con el Comité de Milicias Antifascistas creado a propuesta del mismo presidente. Hubo quien creyó que debía enfrentarse al poder revolucionario para parar los asesinatos del verano de 1936. No lo hizo. Habría sido un baño de sangre. Por el contrario, salvó miles de vidas -como reconocía el 22 de agosto de 1936 Queipo de Llano desde Radio Sevilla-, y puso las bases para enderezar el sistema democrático y ganarse la legitimidad revolucionaria dando entrada en el Gobierno a la CNT y legalizando las colectivizaciones. En septiembre de 1936 disolvía el Comité de Milicias Antifascistas y nombraba un nuevo Gobierno. La situación mejoró, las ejecuciones menguaron y la Generalitat amplió sus competencias más allá del Estatut de 1932. Sin embargo, los sucesos de mayo de 1937 y el traslado del Gobierno español a Barcelona (31 de octubre de 1937) provocaron un choque institucional en detrimento de la Generalitat. Hacia el final de la guerra, el menosprecio de las autoridades republicanas por la Generalitat era total, hasta el extremo de que el 5 de febrero de 1939 pasaron la frontera sin esperar a Companys y al lendakari José Antonio Aguirre. Miles de catalanes tomaron el camino del exilio. Muchos no volvieron.
No fue el caso de Companys, que fue detenido el 13 de agosto en La Baule-les-Pins (Bretaña) y entregado a las autoridades franquistas el día 29. En la Dirección General de Seguridad de Madrid fue torturado y sometido a todo tipo de vejaciones. Trasladado en secreto a Barcelona, fue sometido a un simulacro de consejo de guerra que le condenó a muerte. En el juicio manifestó que «no era a Lluís Companys a quien se juzgaba, sino al presidente de la Generalitat de Catalunya».
El legado de Companys es aún hoy una referencia a tener en cuenta en los difíciles momentos que corren: fidelidad a Catalunya, compromiso con las clases populares, defensa de la paz y de la vida más allá de las ideologías y de las creencias religiosas, e integridad y honradez.
Catedrático de Historia Contemporánea de la UB.

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