jueves, 2 de diciembre de 2010

Un dios sin altares


 
 

Emma Riverola Escritora


¿Cuánto cuesta matar? No en defensa propia. No por venganza. Matar por matar, porque puedes hacerlo y quieres sentir el poder más absoluto, el definitivo: decidir sobre la vida y la muerte. ¿Obedeces al impulso o primero construyes un delirante laberinto de excusas? La idea de matar como un germen. Como un cáncer que va extendiéndose lentamente por la razón. Hasta que la metástasis se convierte en coartada. Un pretexto. Una trampa para sortear los obstáculos de la moral.
Asesinas a una persona. Nadie lo sabe. Sólo tú. Quizá la has visto morir. Has querido acompañarla en el último estertor. ¿Le estrechaste la mano? ¿Acariciaste su piel ajada? ¿Creíste en tu delirio ser un libertador? El cuerpo ya es un despojo. Ya has ahogado su respiración, detenido el corazón. A partir de ese momento, todo cambia. Tu mirada adquiere la audacia del cazador. Un depredador rodeado de presas. La inquietud te reconcome. Es un ansia incontrolable. Tu mente se acelera. ¿En qué momento matar se convierte en una droga? Cada muerte, un nuevo reto superado. Cada agonía, un éxtasis. Un paso más de tu divinidad. Y el secreto empieza a pesarte. Eres un dios sin altares. Nadie te adora ni te mira con temor. No debes exhibir tu poder, te dices. Pero mientras confiesas ante la policía, sientes un íntimo y definitivo placer, al fin los mortales sabrán que hay un dios entre ellos.
Pobre diablo.

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