martes, 8 de febrero de 2011

Mujeres ricas o pobres


 
Rosa Cullell Periodista
  Están las ricas. Que son tontas, se inyectan bótox hasta en las orejas y cobran ingentes cantidades de dinero de sus ex. Se llaman Carla, Ana o Mónica, si son de casa bien, y Jenny o Angie en el caso de las nuevas ricas. Alguna ha estudiado, pero una vez conseguido el acuerdo de manutención prefiere disfrutar de la vida, preferiblemente en Miami. Otras ponen negocios que, curiosamente, siempre salen bien. Tienen hijos rubios que van a colegios privados, donde aprenden idiomas. Los niños, que son súper, superfelices yendo de una casa a otra, hablan inglés a la perfección, aunque ya han empezado a estudiar chino, la lengua del porvenir. ¿O no nos habíamos enterado de que el futuro de los triunfadores del mundo está en Asia? Ellas, por si acaso, van a clases de artes marciales y buscan a su siguiente marido en Shanghái.

Y están las pobres, las chicas de barrio. Ahora las llaman princesas, que es más bonito. Viven en la periferia de nuestras ciudades. Responden a los clásicos Paqui, Toñi o, cómo no, Belén. En honor de la Esteban, matarían por sus hijos y novios; sobre todo, por uno que fuera futbolista del Barça o del Real Madrid. Por el momento, viven con los padres en un piso de 60 metros cuadrados; sus madres limpian casas para ayudar a pagar las tetas de la niña. Trabajan en la fábrica del polígono y los sábados rompen la discoteca. La Toñi, que una vez se tomó cuatro copas con Guti, ha intentado entrar en Fama. No lo ha conseguido, pero piensa apuntarse al próximo Operación Triunfo. Y siempre le queda Gran Hermano.
Esas son, básicamente, las dos clases de mujeres: ricas y pobres. Pero las cadenas de televisión acabarán encontrando más estereotipos femeninos para seguir llenando la pantalla de programas baratos. A mí se me ocurren algunos bien graciosos: las marujas, las cincuentonas, las rubias, las morenas… Creo que era mejor esa invisibilidad de la que nos quejábamos tanto. Ante tanta simpleza y mal gusto, me empieza a pasar como a Groucho Marx: «Encuentro la tele muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro».

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