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jueves, 16 de diciembre de 2010

SECRETOS




Nunca debió entrar en aquellos archivos del ordenador de su marido. Pero no existe ninguna máquina del tiempo para cambiar el pasado. Ni nadie a inventado ninguna goma de borrar lo que han visto los ojos.
Puede decir que no fue premeditado. Ni siquiera curiosidad. Quizás fue la casualidad, unida a la ignorancia de lo que estaba haciendo. Al fin y al cabo, ella solo quería encontrar el archivo donde estaba aquella película que le encantaba y que su marido le había descargado hacia ya algunos meses.
En sus pasos de ciega dio con la carpeta llamada: Personal. Y pensó que ahí podía estar dicha película. En vez de eso, se desplegó ante sus ojos mas de una veintena de archivos de texto. Cada uno con su título: Infieles, Vilanova, imbecil, roto, todo lo que quiero, etc, etc.
Mientras leía los títulos, su mente intentaba darles un contenido. Al final los fue abriendo uno a uno.
Él nunca le había ocultado su pasión por escribir. Formaba parte de ese mundo en el que ella había asumido y aceptado que no podía entrar. Ella para él, era un libro abierto, donde cada pensamiento era dicho en voz alta. Sin embargo, él era una suma de silencios que, cuando se llenaban de palabras con voz, reconocía ella que le eran muy difíciles de seguir y aun más de comprender. Pero nunca se la había reprochado. Así era él y eso bastaba. Ahora todos esos silencios, todas esas huidas al ordenador, cada una de las veces que se levantaba del sofá y buscaba algún papel para ponerse a escribir, casi como si la vida le fuera en ello, se desplegaban ante su mirada.
Leía y leía, pero no comprendía nada. Solo sentía como una tristeza extraña la iba atrapando paulatinamente.
De repente, los pensamiento de él sobre el amor, la vida, la muerte. La pasión y la tristeza, las derrotas y victorias tenían sus palabras.
Pero, ¿Cómo distinguir qué partes eran una vivencia y cuales eran solo pensamientos y fantasías de alguien que escribe como pasatiempo?.
Leía y leía y nada le recordaba a ella. Leía y leía y nada la permitía reconocer al hombre que vivía con ella. Era como entrar en el diario personal de algún desconocido que no era tal. Sin embargo podía entender que estaba ante su autentico marido. Aquel que le decía: “ Eres la mujer de mi vida”. Aquel que nunca le decía: “Eres el amor de mi vida”. Desde ese instante sabía lo distinto que eran ambas definiciones para él. Ella que, siempre había dado por supuesto que, las palabras, “vida” y “amor”, en esa frase eran lo mismo.
Cuando los sentimientos se convirtieron en un conglomerado de pensamientos que no lograba ordenar ni comprender, apago el ordenador portátil y lo guardo en el mismo lugar donde lo hacia él.
Permaneció nerviosa el resto de la mañana. Esperaba la hora de llegada de su marido pasado el medio día y cuando llegó, no hizo ni dijo nada. hubo el saludo cansado de alguien que llega cansado del trabajo y la respuesta normal de la que espera.
Un sentimiento de culpa empezó a embriagarla entonces. Primero se sintió como avergonzada por lo que había echo. Al poco comprendió que no podía decirle nada, pues aunque había entrado en ese mundo tan lejano de su marido, ahora que lo tenía delante se daba cuenta de que no había entendido nada. No podía preguntarle para quien eran esas palabras cargadas de amor que ella nunca había escuchado pues nunca las había necesitado. No podía interrogarle sobre la autenticidad de esas vivencias tan poéticamente descritas. No, cuando ella no entendía nada de poesía y le aburría, cuando él, de tanto en tanto, se le escapaba en voz alta algo de lo que estaba escribiendo.
Por todo ello, no dijo nada, ni ese día ni los venideros.
Si se hubiera detenido, tan solo un segundo, para pensar en el porque, comprendería que, el hombre recién descubierto en esos archivos, no era el hombre que ella quería. A ese hombre ella no podía comprenderlo. Así que, era mejor que permaneciera ahí, encerrado entre el rectángulo de una pantalla de ordenador. Para ella quería al hombre que era su marido y punto. No estaba preparada para ir mas allá. Y si, en algún momento dudaba que, si lo que escribía su marido era para y por alguien que no era ella, no valía la pena saberlo. No mientras él siguiera entrando por la puerta cada día. No, mientras cada noche coincidiera con ella en la cama, y nunca le diera la espalda cuando ella le necesitaba. No mientras los fines de semana estuvieran juntos. Al fin y al cabo eso era lo que ella necesitaba y eso era justo lo que le daba.
¿Para qué quería más?.
No existe una máquina del tiempo para regresar al pasado, ni una goma de borrar recuerdos pero, ¿para qué las quería si no las iba a necesitar?.

Sefaradavid.
http://lacomunidad.elpais.com/sefaradavid/2010/6/14/secretos-