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sábado, 13 de marzo de 2010

EL TERCER MUNDO

A propósito de las graves consecuencias de la tormenta de nieve que dejó varias zonas de Barcelona sin suministro eléctrico, amén de otros desastres, los informativos y, en general, los medios de comunicación, se han lanzado a la calle, micrófono en mano, para conocer de propia voz, los testimonios de los afectados.

Las escenas, en general, son desoladoras. Sobre todo, la de las torres eléctricas dobladas como un mondadientes al final de la comida. Las carreteras llenas de vehículos esperando al paso de una quita nieves o, al menos, de alguna información. Los gimnasios, reinventados en improvisados albergues. Las casas a oscuras.

Lo más desagradable del corte de luz, es la incertidumbre de no saber cuándo volverá. Entonces, llamas al teléfono de información y una amable voz te dice “es una avería y ya lo estamos arreglando”. Es mejor no haber llamado. A medida que va pasando el tiempo a oscuras, te vas dando cuenta de la inutilidad de estar vivo sin luz.

Para empezar, en invierno, la calefacción no funciona sin electricidad y no tienes chimenea. Te da la sensación de que la casa se queda helada enseguida aunque el termostato indique que sigue a 20º. El teléfono tampoco sirve, pues te compraste un inalámbrico para tu comodidad. No puedes hacerte la cena, ya que al reformar la cocina, pediste una moderna vitrocerámica y, hasta que no inventen el microondas a pilas, no hay nada caliente que se pueda hacer.

También te preocupa que, justo esa mañana, hiciste la compra de la semana y los congelados se van a estropear. ¿Una ducha? Imposible, no hay caldera. Decides aprovechar el tiempo arreglando tus archivos en el ordenador: ¡joper, sí no hay luz!

El móvil. Te queda el móvil para llamar a tu vecina. No sabes bien para qué, pero necesitas ruidos, porque el silencio de un apagón se torna muy amenazante. La consabida grabación, te indica que el teléfono está apagado o fuera de cobertura. Decides ir andando hasta su casa. El timbre no funciona. Esperas un rato para ver si entra o sale alguien. No hay suerte.

Enfilas hacia el bar, un café para matar el tiempo. Lo siento, sin luz no hay café ni cañas. Un vino, si acaso y con la advertencia de que, como «la cosa va para largo» mejor van a cerrar.

Pues nada, en la calle, otra vez. Sin remedio, vuelves a casa. Por el camino, recuerdas que hace muchos años la tía Pili te regaló un radio pórtatil pequeñito. «¿Dónde demonios lo habré guardado?» Lo encuentras, pero el tiempo y el no haberle quitado las pilas, lo ha llenado de óxido. Te empeñas en limpiarlo con cuidado y le pones un par de baterías nuevas doble AA.

— ¡Lo que está sucediendo es tercermundista, es increíble que esté pasando esto…!

Escuchas la voz crispada de una mujer mayor, supones, quejándose del desastre ocasionado por la imprevisión.

— ¡Sí…sí… esto es peor que el tercer mundo!, confirma un coro de voces que, supones, rodean al reportero.

La señal de la radio se pierde. Te quedas pensando. ¿Tercer mundo?… ¿Y el segundo?… ¿En qué universo gravita el primero?…

No, señora, está usted muy equivocada. En el tercer mundo, ese al que siempre se remiten cuando de desgracias se trata. Ese mundo al que la mayoría sólo conoce por las imágenes de niños famélicos, rodeados de moscas y peligros. Un mundo hecho de casas de cartón en medio de basura y ríos de lodo maloliente. El mundo de tercera, que no tiene agua, ni luz, ni salud, pero al que le sobra mucha hambre. Ese mundo, señora, estaría muy feliz y agradecido de que, un día, dos, tres; veinte horas, incluso, una semana, se viese privado de electricidad porque un temporal de nieve reventase sus torres y no pudiese, en consecuencia, usar el teléfono o encender la calefacción. O, que, su comida congelada, terminara en la basura.

En ese tercer mundo, al que alegremente se refieren como sinónimo peyorativo (e indeseable) de la desgracia del estado de bienestar, harían una gran fiesta, iluminada por una cálida fogata en medio de la calle pobreza y compartirían canto, baile y miseria entre todos los vecinos, por igual.

Vamos, lo que suelen hacer siempre, a falta de luz…