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lunes, 22 de agosto de 2011

"Lo único que nos separa de los ancianos son días"

Andrea Gillies, escritora, ganadora del premio Orwell

Victor-M Amela, Ima Sanchís, Lluís Amiguet
 
Foto: David Airob
La sorpresa
Andrea decidió cuidar a su suegra, que tenía principio de alzheimer. Su intención era seguir escribiendo, pero Nancy requería atención constante. Se deprimió, se desesperó, y volcó sus sentimientos en un diario que acabó convirtiéndose en un libro conmovedor: Las amapolas del olvido (Temas de Hoy). Esa experiencia, enfrentarse a su propio futuro, la vejez, ha cambiado su vida. Ahora lucha para que las residencias de ancianos sean lugares estimulantes, ha aprendido lecciones esenciales y ha tenido misteriosas sorpresas: “Es curioso, parecía que dedicarme a Nancy implicaba perderme cosas importantes de mi vida, y sin embargo ahora hay algo nuevo en ella”. Su novela se convertirá en película.
Qué le hizo perder la fe?
Descubrir con asombro como nuestra identidad, el yo, esta limitada por la salud mental. Vi como Nancy, mi suegra, al perder la memoria, perdía su personalidad, se convirtió en alguien irreconocible.

Decidió acompañarla en su trance.
Yo pensaba que lo que te llevas tras la vida es tu experiencia, lo aprendido, pero si no sabes quién eres, ¿qué es lo que te llevas?

Triste conclusión.
Cuando Nancy empezó a perderse en el supermercado convencimos a su marido para que se mudaran a una casa junto a la nuestra. Fue un error, porque no sólo pierdes la memoria, también la capacidad de crear nueva memoria. Nancy no podía retener la estructura de la casa, se perdía, y fue muy desgraciada.

¿Cómo lo solucionaron?
Nos mudamos a una gran casa victoriana en el norte de Escocia, en plena naturaleza, con bosque, caballos, animales de granja y playa privada. Era como estar en el paraíso. Pero pasadas seis semanas se convirtió en una pesadilla sin escapatoria.

¡¿Por qué?!
Nos mudamos en verano con un sol maravilloso que sólo duró un mes, el restó del tiempo llovía. Al principio Nancy era feliz, pero su situación empezó a degenerar rápidamente. Creía que tenía seis años y estaba en el colegio. No reconocía a su marido, ni a su hijo, ni a sus nietos, y quería estar conmigo las 24 horas cogida de la mano.

Agobiante.
Yo intentaba escribir una novela, pero Nancy absorbía todo mi tiempo. Para no enloquecer, decidí escribir un diario que cinco años más tarde se convirtió en novela.

¿Decidió cuidarla voluntariamente?
No tenía escapatoria: aquella casa era muy cara, no había dinero para enfermeras. Fue todo muy naif. Acabamos convirtiéndola en una casa rural y el trabajo era inmenso. Con el tiempo Nancy me cogió manía.

¿Usted quería a Nancy?
Era buena abuela, muy cariñosa, hasta que empezó a gritar y a pegar a sus nietos, y hasta ahí llegó mi empatía: ingresé a mis suegros en una residencia tras dos años y medio de convivencia.

¿El divorcio de su marido tiene algo que ver con esa situación familiar?
Al principio el alzheimer de Nancy nos unió. Tras llevarlos a la residencia vendimos la casa y después nos divorciamos.

¿Tiene miedo?
Sí. Mañana podrían diagnosticarme alzheimer y todo cambiaría para siempre. He entendido, de verdad, que la vida es muy breve. Y que no tengo tanta paciencia como me gustaría, pero es difícil querer a una persona que siempre tiene comida en el jersey y que te insulta. No volvería a exponerme a una situación como esa, pero me siento culpable por haberme rendido.

¿Le ha cambiado esta experiencia?
Sí, ahora veo a la gente mayor de una manera completamente diferente.

¿Cómo?
Son yo, lo único que nos separa son días. Las residencias están llenas de ancianos sentados en una silla esperando la muerte y la visita de sus familiares, que nunca van a verlos. Lucho por que el Gobierno invierta dinero en residencias de calidad con talleres creativos, donde haya actividad.

¿Nancy tenía momentos de felicidad?
Sí, los relacionados con lo sensorial, lejos del pensamiento: cuando cogía flores en el jardín o caminaba a la orilla del mar, jugaba con los perros, amasaba harina o bailaba.

Puede que esas sensaciones esenciales sean las que nos hacen felices a todos.
Es una buena visión, el sentimiento de felicidad cuando te da el sol en la cara es común a todos. Nancy está hoy en un buen centro, pero nunca la dejan salir al exterior, y lo entiendo, porque cuando yo la sacaba se escapaba o me arrancaba todas las flores.

...
Una vez estuvo acariciando, durante horas, una gallina como si fuera un bebé, acariciaba a los árboles, hablaba con los animales.Todo para ella era muy sensual: el tacto de los huevos recién puestos. Quería estar siempre al aire libre, la gente con demencia debería vivir en el hemisferio sur.

Le ha conmocionado esta historia.
Me llevaba a su cuarto para enseñarme a una mujer mayor que vivía con ella: era su propia imagen en el espejo, me invitaba a tomar el té con ellas. Era muy triste.

¿No ha aprendido nada positivo de la demencia de Nancy?
Sí, a disfrutar de lo sensorial. Ahora me gusta hacer todo eso que a ella le gustaba. Pero no me permitiría a mí misma llegar a ese punto. Irónicamente, Nancy era miembro de la sociedad de eutanasia.

¿Qué es lo que teme del alzheimer?
La pérdida de la dignidad. Nancy, una persona para la cual su inteligencia y su dignidad eran esenciales, terminó yendo con sus excrementos en la mano por la casa. Subestimamos mucho nuestro cerebro, ese órgano extraordinario que yo hoy estimulo constantemente... ¿Qué son las sensaciones sin sentimientos?

Nadie lo sabe.
Me deprimí mucho, no veía el final. Les prometimos que nunca los meteríamos en una residencia. Fue muy triste porque al cabo de un año él nos llamó y nos dijo que Nancy estaba mucho mejor y que querían volver a casa. Poco después él murió. Nancy sigue allí.