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martes, 15 de febrero de 2011

LA ÚLTIMA SIGLADURA




Los lectores asiduos ya conocen mi fijación por la mar. En muchos de mis poemas y reflexiones aparece la madre mar como escenario y a veces como protagonista, tal vez porque como Serrat, nací en el Mediterráneo o tal vez porque vi la muerte entre sus brazos, llevo su luz y su olor por dondequiera que vaya.
Para mí una travesía es la mejor metáfora de la vida, en nuestro endeble cascarón  afrontamos galernas y tempestades, tornados y calmas chichas. A veces debemos recoger trapo y enfilar las olas de proa, otras, una suave brisa nos empuja de popa y en ocasiones  debemos empuñar los remos para librarnos de los sargazos.
Como en una singladura, sabemos de dónde partimos y cuál es nuestro destino, marcamos el rumbo e intentamos llegar a buen puerto, pero en demasiadas ocasiones la brújula enloquece, el cielo se enladrilla y debemos guiarnos por el instinto o quedar al pairo en espera de mejores tiempos. 
Un crucero en buena compañía es muy grato, nos amaina la soledad y nos proporciona nuevos brazos para izar las velas o controlar el timón con firmeza, pero conviene estar bien avenidos, porque las discordias  se pagan muy caras y a menudo acabamos naufragando o arrojados por la borda en medio del temporal.
Como en una regata, no todos llevamos la misma embarcación. Algunos disfrutan de lujosos yates con poderosos motores, otros tripulan gráciles y raudos veleros, pero la mayoría, partimos con naves de poco calado y exiguas provisiones y debemos a aprender a sacar a nuestro cascarón el máximo partido.
La travesía es a veces terrible, olas gigantescas, y  fuegos de San Telmo amenazan con llevarnos a pique, pero con valor, pericia y la ayuda de las sirenas bondadosas capeamos el temporal y seguimos surcando las aguas.
¿Quién no recuerda esa noches inmensas mirando el infinito cuajado de estrellas? ¿Quién no se maravilla con las vibrantes auroras o los hirvientes ocasos?.
Lo más terrible es cuando un golpe de mar nos arrebata al compañero de viaje y debemos continuar en soledad, pero siempre nos queda la esperanza de encontrarlo sano y salvo al amarrar en el puerto.
La vida es tan maravillosa que cualquier semblanza palidece ante ella, pero a veces me veo en el puesto de mando dirigiendo con mano firme mi nave hacia ese punto de no retorno al que tarde o temprano todos llegamos, solo pido que el viaje sea largo y en buena compañia.