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lunes, 2 de mayo de 2011

ODA A LA INUTILIDAD

Mi hijo me preguntaba el otro día, mamá, ¿por qué cantas? Porque cantar me hace feliz.

Esa es la respuesta que da sentido. La única. La única que he sido capaz de encontrar. Y la única que importa. Para todo.
Lo que me hace feliz es lo que me convierte en quien soy, es lo que me da coherencia, es lo que me define, es lo que hace dar lo mejor de mí, lo que me impulsa a ser mejor.
Las elecciones vitales que se argumentan con la utilidad son tan equivocadas, vacías, y carentes de sentido y coherencia como el propio argumento. Sin embargo son las que encuentran una mayor comprensión. Nuestro criterio de racionalidad va muchas veces unido al de utilidad. La racionalidad es relativa.
Algunas veces utilidad y corazón van de la mano. Pero igualmente, el impulso debería ser el segundo. Otras veces no, y entonces aparece el conflicto. Hay que elegir. Y por tanto renunciar. El sacrificio del corazón en aras de una utilidad, es un precio muy alto. Porque supone sacrificarse a sí mismo. Supone dejar de contestar “porque me hace feliz, porque es lo que siento, porque es lo que soy, porque es en lo que creo” por cualquier otra respuesta. Supone abandonarse, traicionarse. No hay peor traición.
Una flor en el balcón es inútil. Una sonrisa es inútil. Jugar al escondite es inútil. La cosquillas son inútiles. Votar a los verdes es inútil. Inventar historias es inútil. La poesía es inútil. La música es inútil. Soñar es inútil. El amor es inútil. Tener hijos es, además de inútil, absolutamente irracional. La vida es maravillosamente irracional. E inútil. Y sin embargo, todo eso me hace feliz.

LA MIRADA DE PAT